¿Qué es lo que le pasa a uno por la cabeza para decidir irse a Santiago? Pues para contestar esa pregunta hay tantas respuestas como peregrinos. Y lamento decepcionaros, pero no tuve esta idea como una Epifanía, una promesa religiosa, ni una anécdota trascendental; pero sí que fue una historia de lección de vida. Para entenderlo un poco mejor hay que conocer mi trasfondo.
De adolescente a mi padre le pedí comprarme una bicicleta. La última que tuve fue a la que le quitamos los ruedines y yo también quería disfrutar de mi bici como el resto de los compañeros de mi edad. Mi padre, hombre muy trabajador y humilde, me prometió comprarme la bici si sacaba buenas notas. Su motivación tuvo sus frutos y yo mi “juguete”. Empecé a ir alrededor de casa con ella, después por los campos de alrededor a lo que a mí me parecía una barbaridad por que llegaba hasta el final de la ciudad. Y aunque había oído gente decir que se iban más lejos, incluso hasta el Tibidabo, creía que sólo me estaban vacilando porque eso era imposible. Al siguiente curso un compañero de clase me invitó a unirme a sus colegas ciclistas para poder hacer juntos esas “barbaridades” y…¡ya el primer día me llevaron al Tibidabo! nada más ni nada menos que 35km… O sea, que, ¡no sólo era verdad sino que yo he podido! Llegué a casa que, literalmente, no podía mantenerme en pie, y para más inri mi madre va y me pide ir a buscar el pan, que se me hizo incluso más difícil que la hazaña de esa mañana. A la siguiente semana el compañero me invitó a salir de nuevo con tono jocoso, asumiendo que rechazaría la proposición, pero no fue así y al siguiente sábado me volví a presentar en el lugar de salida. Y así continúe hasta que mejoré, luego me actualice de bici (mi padre heredando la bici que me compro), seguí mejorando e incluso estuve compitiendo en La Copa Gironina de 2003 y ganando algunos podiums y finalmente la copa de bronce de la liga en la categoría Junior.
Leyendo estas líneas pensaréis que pretendo presumir de que hice el camino rollo 1 etapa batiendo récords, pero ese fue el mejor año para mí y poco después, al cumplir los 18 cambié el deporte por estudios, amigos y fiesta y ya no volví a competir ni a ser ni de lejos parecido.
Con los años la vida me llevo a vivir a Inglaterra (en Exeter, preciosa ciudad y escenario de películas como ‘Caballo de batalla’). Allí empecé a echar de menos la bicicleta y poder descubrir caminos y sitios hermosos por mi propio esfuerzo. Un muy buen amigo mío me recomendó una tienda de bicis donde tenían mucha variedad y a muy buen precio. Me compré una Cannondale Trail por unas £500 y que disfruté mucho. Unos años después, ya al final de mi estancia en Inglaterra, mis padres vinieron a visitarme y aprovechar la vuelta para llevarse algunas de mis pertenencias de vuelta a España. Pudimos disfrutar de unos días juntos y enseñarles sitios geniales de la zona. Hablando con mi padre le hable de esta tienda y fuimos a ojearla. Allí había infinidad de bicicletas, de todos los tipos, marcas, modelos y colores. Escondida vimos un modelo de Cannondale nuevo que nos llamó la atención. En la parte de atrás tenían un patio trasero donde se pueden probar las bicis y mi padre aprovechó para ver que tal. Era cómoda, suave, como un sofá, y ligera; mi padre se enamoró de ella. El tendero nos dijo que también había una talla más grande para mí, exactamente igual así que también la probé y entendí las sensaciones que tuvo él tuvo. Mi padre y yo empezamos a fantasear con aquellas bicis pero sabíamos que era una locura por ser tan precipitado, como desplazar las bicis hasta España junto al resto del equipaje y por no hablar de lo que deben costar esas bicicletas… cuando el dependiente nos ofreció la oferta nos sorprendió por que prácticamente nos regalaba la segunda bici y nos la configuraba para nosotros (allí los frenos están intercambiados, con el freno delantero a la mano derecha, como las motos de marchas), y además aceptaban mi bici actual como entrada. Vimos que eran demasiadas casualidades: 2 bicicletas iguales, ultimas unidades y de nuestras tallas, super ofertadas y aceptaban la bici actual como entrada y así no tenía que venderla ni llevármela a España… y nos lanzamos, ya veríamos luego como nos apañábamos para subirlas bicis al avión. Al final no nos costó tanto transportarlas en avión: cada bici unas £35 (unos 40€) y sólo había que deshinchar , desmontar las ruedas, desmontar pedales y embalarlo todo junto. Lo más sufrido fue esperar en el Aeropuerto de Barcelona a que las bicis salieran por la pasarela de equipajes grandes y deportivos, que tardaron en salir y mi padre pasó un mal trago.
Cuando regresé a España, allá por el 2013, y con la motivación de utilizar mi bici nueva, empecé a retomar el contacto con mis antiguos compañeros de bici, donde me descubrieron el nuevo mundo de los Pulsómetros con GPS y aplicaciones como Strava con sus motivadores PRs y Segmentos y con lo Geek que soy tuve otra razón para amar este deporte. Desde entonces empecé a sumergirme más y más en el deporte hasta que en 2014 empecé con los triatlones y con entrenadores. No llegué a rendir como para volver a competir, pero me mantenía en forma, disfrutaba de las pruebas compitiendo conmigo mismo y aprendía cosas nuevas mientras disfrutaba de las compañías.
Poco después, en 2015 me casé y más tarde nació mi primera hija, Laia. Esto hizo que mi tiempo ya no pudiera dedicarlo tanto para mí y compartirlo con mi esposa y ahora tenía que dividirlo para 3 y mi dedicación para el deporte tuvo que reducirse, así que me volvería a concentrar únicamente en una sola doctrina: ciclismo.
¿Y ya que me dedicaba sólo al ciclismo, por qué no hacerlo bien? Y empecé a fantasear con las largas distancias en lugar de carreras cortas y agónicas. Durante algunas temporadas incluso contraté entrenador para que el poco tiempo que tenía lo pudiera optimizar al máximo y es que si te pones a pensar no es tan caro si valoras todas las cosas que hay que saber y planificar para tener un entreno optimo. En paralelo un buen amigo, Dani, empezó a salir conmigo y lo engañé para que se apuntara conmigo a la Orbea Monegros; para quien no la conozca, una prueba de 117km con 1200m de desnivel por el desierto de Monegros, es muy popular y las 8000 inscripciones se agotan en un par de horas. Esta prueba era muy diferente hasta las que había hecho hasta la fecha; era a 250km de casa, a las 12 del mediodía junto a los 8.000 ciclistas, por un desierto y mucho más larga de lo que estábamos acostumbrados, y además, permitían acampar gratis el día antes de la prueba… todo muy extraño. Nos decidimos organizarmos de la forma totalmente inmersiva: Ir el viernes, recoger dorsales, acampar, dormir en la tienda de campaña, hacer la prueba, cenar, dormir y el domingo desmontar y volver para casa. Nos parecía un plan absurdo, incomodo y de que nos íbamos a arrepentir… pero a pesar de que tardamos 6h 20’ en terminarla, el ambiente, la organización, la aventura… nos enamoramos. Así que la categorizamos como tradición e iríamos cada año para disfrutar del evento e intentar reducir tiempos (ahora ya no tardamos 6h, hemos bajado a 5h 15’ y estamos a la expectativa de romper la barrera de las 5h ¡recordad que no somos profesionales…!).
Con esta nueva fase, me despertó el gusanillo de vivir más aventuras y de rutas más largas. Incluso en una ocasión, estando veraneando en Lloret de Mar, tuve que ir a trabajar 1 día y no se me ocurre otra cosa que ir en bici… me hice 100km, trabajé y me hice otros 100km para regresar… y con este frenesí empezó a gestarse la locura de ir a Santiago de Compostela desde casa por mis propios medios.
Pero aún faltaba un último elemento para decidirme. Con los años uno va acumulando experiencias y madurando, y sobre todo empecé a entender muchas cosas que mis padres de pequeño me decían: “cuando seas mayor ya lo entenderás”. Y haciendo análisis de conciencia me he dado cuenta de lo afortunado que soy: Tengo salud, tengo un trabajo que me apasiona, he podido disfrutar de conocer mundo, estudiar, tengo los mejores amigos del mundo, he formado una familia preciosa… y con lo aleatorio que es el mundo, ¿cómo he llegado hasta aquí? ¿Cómo he podido tener tanta suerte? Y lo vi claro: Mis padres son los culpables, ellos me han enseñado, guiado, apoyado, aguantado, corregido… hasta lo que hoy soy; y de repente, me di cuenta de que algún día ellos tendrán que zarpar y no podré volver a estar con ellos, de agradecerles todo lo que han hecho por mí, de volver a tener una conversación, recibir un consejo… vivir una aventura…. Y lo vi claro…
– ¡PAPA! ¿Te vienes a dar una vuelta en bici conmigo?
– Hola hijo. Claro. ¿Por dónde quieres que vayamos?
– ¡A SANTIAGO!